Alberto Sileoni asegura que la repitencia influye directamente
en la deserción. Las estrategias para asegurar igualdad de
oportunidades. Las deudas de la escuela pública.
Febrero asomó con la presentación en sociedad, a cargo de la
presidenta Cristina Fernández, de un plan educativo de alcance federal
cuyas metas son alcanzar los 190 días de clase, universalizar la sala de
4 años, ampliar las escuelas primarias de jornada extendida y construir
600 escuelas y 700 jardines maternales. Pero, aunque el mes comenzó con
una buena nueva, está terminando con los gremios docentes otra vez en
conflicto por la discusión paritaria y, Een consecuencia, con el
inminente inicio de clases puesto en duda. Veintitrés dialogó con el
ministro de Educación, Alberto Sileoni, de estos temas y de los desafíos
que afronta la cartera que conduce desde 2009. Entre ellos, la
importancia de retener a los chicos más pobres en la escuela. De visible
buen humor y dispuesto a precisar detalles del flamante Plan Quinquenal
de Educación Obligatoria y Formación Docente, el titular de una de las
áreas de gobierno con más impacto en la vida cotidiana de los argentinos
reconoció que los principales problemas que afronta hoy el nivel
secundario son la repitencia y la deserción.
–¿Por qué es importante que los chicos de 4 años vayan a la escuela?
–Es
imprescindible que vayan a la escuela lo más temprano posible porque
los chicos de los sectores bajos con posibilidades, medios y altos,
vamos a llamarlos no pobres, llegan a primer grado con tres o cuatro
años de escolaridad en sus espaldas porque fueron a las salas de 2, 3, 4
y 5. Es decir, llegan a primer grado con cuatro años de escolaridad
atrás. En cambio, los pibes pobres llegan con un año de escolaridad,
porque la sala de cinco es obligatoria. Y una de las conclusiones a las
que arribamos es que en la Argentina la repitencia en primer grado
duplica la repitencia que hay en la escuela primaria.
–¿Quiénes son los que repiten?
–No
repiten todos los pibes. Ahí se produce, una vez más, una suerte de
consecuencia de clase. En proporción más alta y bien diferenciada,
repiten los chicos y chicas que pertenecen a los sectores carecientes
que tienen menos escuela atrás, que tienen menos posibilidades. Entonces
ahí, en esa premura que pueda tener el Estado de tomar la mayor
cantidad de niños pequeños posible, hacemos una medida de justicia
social como pocas porque tiene consecuencias evidentes y claras. Cuantos
más años de escolaridad se acumulan en esos primeros años, mayores
posibilidades de que ese pibe tenga una trayectoria escolar más sólida,
con menos traspiés.
–¿Puede influir la escolaridad temprana en que haya menos repitencia en primer grado?
–Absolutamente,
y donde hay más repitencia es en las escuelas de los sectores más
carecientes. Nosotros, por unanimidad, decidimos el año pasado tomar el
primero y segundo grado como un bloque pedagógico para desalentar la
repitencia, para que los maestros no tengan esa costumbre de hacer
repetir a los más chicos. Por supuesto un sector de la sociedad y de la
prensa lo catalogó de facilista. No es facilista, es una medida mucho
más justa porque hay evidencia científica que nos permite pensar que se
aprende a leer y a escribir en los dos primeros años de escolaridad,
porque muchos chicos pueden haber cursado los primeros meses teniendo 5
años. Cuando se da esa chance y hay una intervención asistida de la
escuela, seguro que lo que no pudo hacer de marzo a noviembre lo logra
en los primeros meses de segundo grado y llega a final de ese año
nivelado con el resto.
–¿Esas críticas se sustentan en criterios pedagógicos?
–Son
críticas de una escuela demagógica y facilista. Algunos añoran un
pasado dorado que no ocurrió. Algunos piensan que aquella escuela del
pasado era mejor y aquella escuela era una escuela que tenía menos
chicos adentro. Los más pobres no llegaban al secundario. También
estamos acompañando a las provincias que están haciendo esfuerzos para
que en el secundario haya menos repitencia.
–¿En qué consisten esos esfuerzos?
–En
algunos ciclos del secundario estamos trabajando para reducir la
cantidad de materias. Un alumno puede tener 14 materias, puede haber
dado 9 o 10, pero le quedan 4 mal y repite. Es una carga demasiado
exagerada. La provincia de Buenos Aires tomó la iniciativa de darles a
los que deben tres materias una oportunidad más. Así han podido seguir
escolarizados miles de chicos. Esa no es una medida demagógica, es
racional. No para tomar medidas fáciles, sino porque hay que darles la
posibilidad a los chicos de que no pierdan la escolaridad.
–¿La repitencia influye en la decisión de dejar la escuela?
–Un
chico que pierde la escolaridad entra en un estado que técnicamente se
llama sobreedad. Está en un grado o año que no le corresponde, es más
grande, empieza a sentirse extranjero y abandona. La secuencia es
repitencia, sobreedad y abandono. Y nosotros necesitamos hacer un
esfuerzo para que los chicos no se vayan de la escuela. Por supuesto no
en el límite del facilismo. Ahí hay una discusión profunda que damos con
los docentes, una escuela que expulsa o que tiene más repetidores no es
mejor escuela. No, hay escuelas muy valientes que trabajan con
repetidores, que aceptan chicos que no los aceptan en ningún lado. La
escuela tiene que ser generosa, aceptarlos, trabajar con ellos. Tiene
que entender que esos pibes no tienen mejor lugar para estar que la
escuela.
–La propuesta es darles una segunda oportunidad porque es mejor retenerlos a que repitan y se vayan.
–Absolutamente,
el destino de los pibes es adentro de la escuela porque si se van
pueden tener, en esta Argentina de hoy, un trabajo o quedarse en una
esquina y engrosar esos pibes sin expectativas. Hay que hacer un trabajo
pedagógico, lo digo sin soberbia, para que la sociedad entienda que es
mejor que la escuela haga un esfuerzo por retenerlos. A veces la
sociedad tiene una idea de alumno que ya no existe, un alumno de clase
media que tenía sólo la obligación de ir a la escuela, como fueron
ustedes o como fui yo. Ahora estamos incorporando en las escuelas cada
vez más pibes que son la primera generación de estudiantes secundarios,
pibes que son pobres, o alumnas que están embarazadas o son mamás, o
alumnos que no tienen un mandato muy fuerte para ir a la escuela, que
puede tener problemas con la asistencia porque tienen que trabajar.
Entonces necesitamos una escuela que, sin perder la exigencia, pueda
entender esta otra realidad.
–Según su
descripción, la escuela está siendo analizada desde la óptica de la
clase media y media alta que no entiende esa problemática.
–A
veces hay analistas o personas bien intencionadas con nostalgia de una
escuela secundaria que tenía una función selectiva, no voy a decir
elitista porque en algún sentido es una descalificación, pero era así.
La escuela secundaria antes no era para todos, era para unos pocos. Esto
a principios de siglo pasado y con más democratización a partir de la
década del ’60, pero no era para todos. Lo que era para todos era la
primaria universal, que de paso digo prescribió que sea universal. La
ley 1420 fue aprobada en 1884 y la cumplimos 75 años después, en 1960.
Esto para dar la idea de proceso, porque muchos dicen: bueno, la
secundaria es obligatoria y todavía hay muchos chicos que están afuera.
Es un proceso, probá con seguir invirtiendo el 6,40 del PBI, que los
papás tengan trabajo, que se genere una conciencia de que la secundaria
es obligatoria y vas a ver que en pocos años vas a tener más chicos en
la secundaria y más egresados.
–¿Por qué le cuesta tanto a un sector de la sociedad comprender que la educación es un derecho al que todos deben tener acceso?
–Porque
nunca carecieron de ella, porque son sectores que siempre han tenido la
posibilidad de acceder a la educación, a la salud. Son sectores, trato
de pensar bien, que quizá piensan que hay argentinos que deben tener un
determinado horizonte y otros uno más pretencioso. O piensan, con
egoísmo, que los que deben tener más educación son sus hijos y no los
hijos de sectores carecientes.
–¿Eso se traduce en una falta de compromiso para defender la escuela pública?
–La
escuela pública, del mismo modo que la sociedad, sufre algunos efectos
de la segmentación. Antes era un escenario donde se socializaban los
diferentes, los distintos, y hoy cada vez más es un espacio donde se
socializan los parecidos. No voy a decir que la escuela pública quedó
para los sectores carecientes, pero en algunas zonas, ciudad de Buenos
Aires sobre todo, y para algunos sectores medios altos, en el secundario
hay una tendencia a elegir la escuela privada.
–También
está instalado en las capas medias que no se puede mandar a los chicos a
la escuela pública, por ejemplo, porque los docentes hacen paro.
–Ahí
tenemos que mejorar con respecto a esa posibilidad de que la escuela
pública está más comprometida que la privada con los paros. Eso resulta
en días perdidos y hay papás que necesitan que sus hijos vayan los cinco
días a la escuela porque trabajan y no tienen con quien dejarlos. Esa
continuidad de las clases en las escuelas privadas algunos la llaman
calidad educativa. Y no es estrictamente calidad, sino una escuela más
predecible.
–¿Y cómo se puede resolver?
–Lo
estamos trabajando, porque no es solamente un problema salarial. A
veces es un problema de condiciones edilicias. Hay que seguir trabajando
y pensando cómo mejorar la escuela pública. Cuando distribuimos 54
millones de libros lo hacemos en las públicas, las netbooks son para el
secundario público, tenemos planes de mejoras con recursos económicos
para más de 9 mil secundarios, para que los profesores ayuden a los
chicos en los turnos de exámenes. Ahí es necesario que el Estado esté
atrás.
–¿Cómo se traduce esa presencia del Estado?
–Con
ayuda económica y supervisión del ministerio y con otras medidas que
estamos tratando de implementar en la secundaria. Estamos reduciendo las
materias para que lleguen a 10 y no más, incorporando escuelas con
orientación en arte y deportes que son muy apreciadas por los chicos.
Pero hay algo que subyace en todo esto. Hay más dificultades de
incorporación y retención de los chicos en la escuela, más repitencia,
sobreedad y abandono en los pibes que pertenecen a las clases más bajas.
Porque acá hay un fenómeno evidente y es que la pobreza es un obstáculo
educativo. Esto ha mejorado mucho en la Argentina, con los 5 millones
nuevos de puestos de trabajo, con la asignación por hijo, pero un pibe
que viene de una familia más pobre es un chico que viene de un clima
escolar bajo, de una casa donde no hay libros, donde no hay una mamá y
un papá que le puedan dar una mano, y esto se refleja en el rendimiento.
–Sin embargo, peligra otra vez el inicio de clases y es el segundo año que el ministerio fija la paritaria unilateralmente.
–No
es una fijación unilateral, porque hubo diálogo. Le hemos puesto mucha
energía. Y quiero reconocer la disposición de los gremios con los que
venimos trabajando desde enero. Ellos arrancaron con una oferta que
consideramos muy alta, nosotros con un 17 por ciento que para ellos era
muy bajo y de ahí fuimos escalando hasta el 22. O sea, el ministerio se
ha movido de sus posturas originales. No hemos llegado a un acuerdo,
pero no quiere decir que no haya clases, porque acá no hay solamente una
discusión de porcentajes sino que lo que se discute es la naturaleza de
la paritaria educativa nacional. Es sólo orientadora, fija un salario
testigo mínimo que lo cobran alrededor del 8% de los docentes de la
Argentina. Los salarios en la Argentina los construyen los 110 gremios
jurisdiccionales con las 23 provincias y la ciudad de Buenos Aires.
–¿Cuál es entonces el rol del ministerio?
–Tenemos
una triple obligación: escuchar las demandas de los gremios, ver
nuestras propias posibilidades como Estado nacional, que invierte más de
5 mil millones de pesos en los docentes de la educación obligatoria, y
evaluar las posibilidades de las provincias. Supongamos que nosotros
hacemos un acuerdo más alto, suponiendo que pudiéramos, y después no
puede ser pagado por las provincias. Cuando decimos esto vemos una
cierta incomprensión de los gremios porque esta paritaria sólo tiene que
fijar un piso y después el salario lo tienen que construir con cada una
de las jurisdicciones. Yo tengo expectativas positivas de que el 25
empiecen las clases. El año pasado de hecho empezaron y vamos con
objetivos cada vez más ambiciosos, ahora elevar a 190 los días de
clase.
–¿Por eso el Plan Quinquenal contempla la ampliación de la jornada escolar?
–Sí,
contempla que cada vez haya más escuelas de jornada extendida en las
escuelas primarias. El objetivo es duplicar la jornada extendida de acá a
2014. Hacen falta más aulas y más salario docente.
–¿Para qué sirve la jornada extendida?
–Para
incorporar otras actividades que para los chicos sean atractivas, como
artes y deportes, y para reforzar los contenidos que no están
adquiridos. Siempre pensando en los sectores más carecientes, porque los
no pobres tienen como una suerte de jornada completa privatizada.
–¿A qué se refiere?
–Vos
mandás a tu hijo a media jornada y después lo mandás al club, a lengua
extranjera, al profe particular, a taller de arte. Cuando digo
privatizar, digo lo pagás con tu costo. El sector careciente del fondo
de La Matanza va a la escuela de 8 a 12 y después el pibe no tiene
alternativas. Siempre hay menos redes sociales, menos recursos, no hay
club. Hay sectores que no tienen plan b, que si no están en la escuela, y
esto no es una descalificación, tienen un destino que puede ser la
esquina, que puede ser la tele. Se ve mucha tele en la Argentina.
–Bueno, eso no pasa solamente entre los más pobres.
–Es
cierto. Nosotros también decimos que hay que apagar la tele un par de
horas por días y ahí hay una cifra impactante. Un pibe que va, sin
faltar, a jornada simple, a fin de año pasó frente al maestro 720 horas,
y el promedio de tele es mil horas por año. Es un promedio alto, ¿no?
Es mucho teniendo en cuenta que le estás sacando muchas horas a la
escuela.
FUENTE
REVISTA VEINTITRÉS